Vivir es duelar.
Así como vamos viviendo día a día, creando conexiones, vínculos, relaciones, realizando trabajos y tejiendo sueños.
Así también debemos realizar los duelos por las mismas cosas.
Hay duelos que parecen mucho más normales o nos entra en la razón porque son esos duelos a lo que sí vivimos, a los que sí perdemos físicamente y a los proyectos que construimos y terminamos. Duelos de sueños que hemos podido cumplir.
Esos duelos son duelos de lo que SÍ fue.
Pero tenemos esos duelos que nos cuesta reconocer y son los duelos a los que NO FUE.
Duelar un proyecto que nunca logramos cumplir pero que la vida nos lo alejó del camino, es comprender que ese anhelo, esa ilusión se ha muerto.
Si, lo que se duela son cosas, personas y sueños MUERTOS.
Entonces, la mente cree verdad y real tanto lo que sí hemos vivido como todo aquello que hemos proyectado como posible. Lo que “hubiera sido si”.
Hay estudios sobre etapas de los duelos. Hay emociones identificadas. Hay claramente una certeza de que duelar, duele y mucho. Cuesta. Esa aceptación interna es un trabajo de incorporar la muerte como parte de la vida. Lo vivido y lo no vivido como un todo.
Miles de posibilidades mueren a diario.
Hoy, podes estar duelando un trabajo. Puede ser un trabajo tangible, que tuviste y ya no tenes. Donde lograste y aprendiste muchas cosas y todo eso queda muerto. Pero también se muere la proyección de lo que hubiera sido. Los ascensos del futuro, la antigüedad laboral, los vínculos con tus compañeros, la cotidianidad con clientes y el trayecto diario a ese lugar. Se muere lo que fue, se muere lo que hubiera podido ser.
Podes duelar un ser querido que ha partido de este plano físico. Duelas todo lo vivido y compartido. Las risas, el amor, las celebraciones y tristezas conjuntas. Duelas las conversaciones tenidas, pero se duela constantemente y para siempre lo que no fue. Vivir algo en el presente y no poder compartirlo con esa persona que ya no está. Lo que hubiera sido si. Por ejemplo, si haz perdido alguno de tus padres sin que vean tus hijos y se conviertan en abuelos. O tus amigos y quieras contarles tus logros y penas presentes.
Se duela. Lo que no fue y no es.
Una relación de pareja que fue y que podría haber sido. Esos momentos de amor compartidos y esos momentos de amor que no van a suceder más.
Que valentía tan grande la de soportar y atravesar los procesos. Esa capacidad de entender que estamos viviendo y duelando constantemente. Por eso la compasión hacia nosotros y sobre todo esa empatía hacia todo el prójimo.
Nunca vas a saber los procesos internos de la gente a tu alrededor. Sé más bondadoso, bondadosa.
Todo duele. Todo es vida. Todo es crecimiento y muerte a la vez.
¿Qué hubiera sido si las cosas se hubieran hecho diferente?
No lo sabremos jamás.
Aceptar que todo es cambiante y efímero a veces nos fortalece de una manera que nos permite tanto valorar al máximo los pequeños milagros cotidianos a enaltecer los milagros que son solo una vez en la vida.
Ser fuerte es ser vulnerable a las emociones. Sentir.
Si haz sentido amor por un sueño, proyecto, lugar donde haz vivido, por una persona, una mascota, una versión tuya que ya no está. Todo ese amor es vida, la muerte es parte de la vida. Lo que muere se transforma en recuerdo. Lo que se recuerda jamás se va por completo.
Y así estamos en un círculo de emociones que nos acercan a la comprensión y paz interna.
Si todo lo que nace, muere… y todo lo que muere permanece vivo en emociones y pensamientos. Nada muere hasta que se olvida.
Vivo y duelo. Lo que sí, lo que no.
Vivo y agradezco. Lo que es y no fue.
Vivo y acepto. La alegría y el dolor.